sábado, 26 de noviembre de 2011

La enfermedad de los impermeables

Esto ya lo dijo Sócrates y posiblemente todo lo que escriba ahora haya sido ya suficientemente vociferado, pero al final de un día como el de hoy, merece la pena -sí, ¡porque es pena!- desahogar un poquito aquí lo que me ha tenido el estómago revuelto desde el almuerzo, más que mal, para eso cambié mi "cuaderno virtual".

La ignorancia tiene varios sentidos, aunque básicamente signifique no-saber. Hay algunos que ignoran porque no se han enterado, y punto; de este grupo somos todos: no tengo idea de qué estará pasando en Bagdad a esta hora o qué irá a hacer mañana mi mamá de almorzar, y seguro ustedes no saben que a mí me está dando hambre en este momento y que la inspiración se me está empezando a acabar antes de haber escrito lo que venía a desahogar. Pero la cuestión es diametralmente distinta cuando la gente ignora y no quiere dejar de ignorar, aún cuando se les esté dando la posibilidad explícita de hacerlo. Peor aún, los que ignoran y creen que no. 
A mí me gusta aprender, soy toda una estudiante eterna, aunque peque de floja más de lo que quisiera. Mi aspiración más soberbia y libidinosa es poder acumular conocimiento por puro placer, y vivo un tanto frustrada por la cantidad abismal de cuestiones que no sé, con lo cual me reconozco ignorante a diario (aunque a veces eche rienda suelta a mi vanidad jactándome de algunas cosas que aprendí, pero eso pasa menos seguido que las veces en las que me siento superada con creces por otros sujetos). Por esto mismo me encanta discutir, a veces sufro hasta que me duele la cabeza, pero discuto igual, es más, es un esfuerzo abstenerme de opinar, criticar o preguntar cuando leo o escucho opiniones que distan demasiado de las mías -a veces me esfuerzo por sanidad mental. Hoy mismo mencione a la @derechatuitera para echar la talla y termine en un diálogo sobre sus propuestas que intentarían crear "una perspectiva nueva de ver la política de derecha"... He tenido respuestas de todo tipo a mi curiosidad (que he podido llevar a la práctica, principalmente, gracias a las redes sociales). Una vez hablé hasta las 4 de la madrugada con un tipo que tenía en su foto de perfil una virgen -la madre de dios, no otra chiquilla inmaculada-, que me respondió un comentario que hice en la página de la marcha por la familia y los valores (esa en la que salieron a la calle a gritar que las familias se constituyen con un papá, una mamá e hijos heterosexuales), y terminamos en una interesante conversación respecto de cómo el cristianismo -en sus variantes más cultas, según me decía él mismo- aborda la homosexualidad de sus fieles en los que "no corresponde el género de su alma con el de su cuerpo": aceptándolos en su "problema", guiándolos al celibato del sacerdocio (al parecer por eso hay tantos curas gays que manosean infantes; y monjas, claro) y condenando el "llevar a cabo carnalmente su 'problema'". También tuve respuestas, en esa misma página, del tipo "[inserte fragmento bíblico aquí] el que vea su luz será capaz de entender", "váyase con sus ideas pecaminosas a contaminar otro lado" o "de ustedes será el reino del infierno". 
La cosa es que me gusta escuchar a los demás y me gusta que me escuchen también. No ando por la vida intentando cambiar a la gente, sino mostrando puntos de vista -hasta a mí misma me confundo con demasiadas opciones y me trunco al opinar; si logro que alguien se replantee las cosas, mejor, si no, bien también (una amiga mía, evangélica y (ex?) militante de las juventudi, jamás ha pensado si quiera en abandonar su credo, pero me dice que discutir tanto sobre la fe conmigo, le hizo replantear y profundizar sus posturas). Haciendo el balance, he tenido más experiencias positivas que malas -me propongo aprender hasta de las peores, quizás por eso me impacta tanto la gente que no es así. 
Aunque parezca un poco narcisista de mi parte creer que la mejor manera de ser es ser como yo, no me refiero a creer lo mismo que yo creo, ver lo mismo que yo veo, sino a tener la disposición necesaria para aprender de los otros -y eso es algo que tampoco yo soy capaz de tener el 100% de las veces.
La ignorancia, entonces, me parece más espantosa cuando no se tiene esta disposición. Habrán algunos que no la tengan, sabiéndose ignorantes. Simplemente no quieren saber y no creo que hayan "preceptos morales" para juzgarlo: el que quiera morir sin enterarse de las cosas del mundo, que lo intente. Pero otra cosa son los que, al parecer, no saben que ignoran... y no es que ignoren que ignoran algo (por ejemplo, deben haber muchos temas desconocidos para mí, de los que tengo tan poca idea que ni siquiera podría decir que ignoro sus asuntos), sino que están convencidos de que la verdad está acunada entre las palmas de sus manos.
A veces uno tiene una certeza: en este momento estoy segura de que hay un teclado bajo mis dedos que, al presionar sus teclas, conduce a que aparezcan los caracteres con los que estoy escribiendo este texto; también sé que David Hume es el autor del Tratado sobre la naturaleza humana y que el Mago Valdivia tuvo un romance extra marital con Angie Alvarado (bueno, no estoy TAN segura de eso, corríjanme si era otro seleccionado). Pero asegurar que sé estas cosas no me vuelve una ignorante tipo pared, si alguien me rebate algunas de mis supuestas certidumbres, lo mínimo que me dispongo a hacer es escuchar por qué se toma la molestia de hacerlo. Los conocimientos siempre puestos en duda. Además hay distintas maneras de afirmar las verdades que creemos conocer: las mejores, creo yo -y la gente sensata en general, supongo- son las que se afirman en argumentos y evidencias sólidas, pero también hay algunas que no requieren tanta maniobra intelectual (como cuando afirmamos que percibimos algo con nuestros órganos sensoriales, aquí no hay vuelta que darle: vemos lo que vemos, escuchamos lo que escuchamos, etc, pero aún así es un tipo de conocimiento que se puede verificar). Y existen quienes recogen una verdad que les fue entregada por algún sujeto con autoridad de algún tipo (progenitores, profesores, hermanos o amigos admirados, sacerdotes, etc, hay una gama de posibilidades tremenda) y que repetirán por los siglos de los siglos, sin dar espacio a cuestionamiento alguno, amén. Esta última forma de llevar verdades a los oídos del mundo, es la que mutila conversaciones, entorpece el razonamiento compartido y desecha la convivencia. 
Recuerdo los pasajes socráticos en los que la ignorancia quedaba pintada como una enfermedad del alma, entonces me nace la compasión que brota frente a los enfermos, pero hay casos en los que uno termina aburrido de recetar medicamentos. Como cuando encuentro a mi abuelo que padece una isquemia importante, fumando; así mismo me siento cuando irrumpen en mi espacio con un discurso burdo, violento y totalmente falto humildad... (y digo que irrumpen porque, a base de tropiezos y fracasos varios, aprendí a no insistir en inmiscuirme en los discursos de ese tipo de gente, así que a penas los detecto, intento correr en dirección opuesta). No los justifica una falta de posibilidades para acceder al conocimiento de la cuestión discutida -aunque a veces la crianza sea determinante respecto de la rigidez mental- simplemente se han armado de un uniforme de plástico amarillo por donde diversas ideas se deslizan con la misma tristeza que uno siente en los funerales, porque terminan pisoteadas en un charco.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

De carencias y dolores

Tengo un miedo tan oculto, que me asusta.

No tengo el cuerpo en un harapo
desusado, inédito y magro
Soy pobre sin pellejo

No puedo correr no tengo
bailarinas en el molde de mis piernas

No tengo en el verso la mano
de música, política ni ciencia
Soy docta sin talento

Tengo un dolor tan grande, que me duerme.