Si estuvieses como antes, jamás hubieses llegado a leer esto, pero ahora que persistes de una forma diferente, sé que lo que te escribo llegará derechito a tu corazón, sin el filtro de las palabras. Sé que no necesito tampoco discursear, pero soy gente de letras, tú sabes, siempre leyendo y escribiendo, tú sabes y se lo contabas a todo el mundo.
No sé qué pasa cuando uno deja de animar el cuerpo en el que vive, no sé, no puedo asumir que andas por ahí o residiendo en algún paraíso, pero sé que existes para todos nosotros, sé que no dejamos de pensarte y cada vez que aprendemos algo nuevo de tu obra, creces. Es difícil. No te voy a decir que no. Sé que no hubieras querido que lloráramos, pero debes saber que es tu culpa, eras tú el que provocó que te quisiéramos tanto que no nos hagamos ahora a la idea de que tenías que partir.
Mira, cuando la gente se muere, todo el mundo dice que eran buenos, pero yo no puedo sólo decirlo de ti -siempre intento ser bien objetiva y esta vez no es la excepción. Tú eras bueno. Eras bueno, gruñón, bueno para la parranda, la comida rica, el whisky, el tabaco -y estoy segura de haberte escuchado decirle a alguien que alguna vez jalaste coca-, las rancheras y el bolero, las películas de cowboys. Eras un patrón de tomo a lomo, te lo ganaste todo y viviste todo "con la tuya". Pero eras tan bueno, que hoy día llegó un mendigo, un "curaito de la plaza" que te llamaba "mi papito"... el Jacinto, un personaje menos preciado que resultó ser el símbolo de toda tu generosidad. A él lo dejaste dormir en tu casa, a pesar de los reclamos de tu familia, lo alimentaste, le perdonaste que te robara plata y simplemente no lo dejaste dormir en la calle, sólo por el hecho de haber sido un ser humano... Qué grande, qué grande fuiste, qué gran obra hiciste con ese pequeño hombre, y tantos más.
No sé de religiones ya. Hoy día cuando llegó la gente de esa parroquia y, luego, el cura; no recé. Es que no creo que tengamos que arrepentirnos por ti. No puedo aceptar que me vengan a decir que hay que pedir perdón por lo que no hiciste bien; ¿por qué habrías de necesitar perdón? Fuiste un hombre, un hombre no necesita perdón por vivir. Fuiste joven hasta hoy día mismo, que se te re-ennegreció el pelo cano. Tampoco, por otro lado, necesito pensar en que vas a tener una eternidad de vivir; ¿para qué? Vives por cuanto vivamos aquellos a quienes nos tocaste, y vivirás como causa de todo el resto de la humanidad. Por eso fuiste un hombre grande, un genio, un patriarca, un jugador, un vividor.
No podías envejecer, lo sé, sé que preferiste morir, sé que lo decidiste tú. Sé que la última vez que nos vimos nos observaste porque supiste que algo podría pasar y quisiste dejar de tener que preocuparte, sólo querías estar tranquilo, como siempre. Créeme, si yo lo hubiera sabido también, me habría quedado más, pero es que de habernos dicho, no te habríamos dejado partir jamás.
No me arrepiento de nada, sólo desearía haber tenido un poquito más de tiempo para abrazarte. Extraño ya tus chistes, extraño tu sonrisa, que me digas "mijita". Extraño tu vitalidad, tu impetuosidad, esa forma de ser tan llevado a tu idea; nunca dejaste que nada se te escapara, todo lo que quisiste, lo hiciste y ya. Hemos hecho una pequeña revisión con las chiquillas y damos fe de ello, no hay nada, de lo que supiéramos, que te haya faltado hacer. No sabes cuánto nos tranquiliza eso... Y nadie puede venir a decir que no. ¿Acaso un chiquillo de región que se fue a Santiago sin zapatos en los pies podría haber llegado a su última hora rodeado de cientos de personas, con una progenie extensa, con propiedades y seguridad, sin
tu fuerza de voluntad? ¿Acaso un cabro que se casó obligáo hubiera terminado con una esposa e hijas, nietas y nieto profesándole semejante amor, sin
tu excelencia familiar?
Es que no eras Santo, eras muy Bueno.
Lamento no poder contarte todo lo que ha pasado hoy, espero no necesitarlo, porque, de alguna manera que no entiendo, creo que debes saber (en tu existencia independiente o en la que tienes gracias a la impresión que dejaste marcada en nuestro corazón)... Hemos llorado mucho. Perdimos todos los estribos. Grité. Tú sabes que yo no hago esas cosas, pero siempre que me viste llorar, me abrazaste y me hiciste sanar. Gracias. También aprendimos. Aprendimos que la muerte no es tan dura como uno suele imaginar. Fuiste como un terremoto... Antes del "27F" (así le pusieron en las noticias), le tenía un pánico oculto a cualquier temblor, porque temía que se fuera a volver terremoto; no obstante, cuando el batido más grande llegó... nada fue tan terrible como temí; y así ha sido tu muerte: temida, tenebrosa, triste, desgarradora, pero nada apocalíptica. No sé si será por tu cara de estar soñando, o por mi teoría particular para afrontar estas cosas, pero nada de esto resultó ser un final. Si hasta me parece que esto es otra broma tuya, otra cosa que haces de adrede para complacerte y decirnos que dejemos de exagerar.
Te quiero, te quiero, Tata, porque fuiste otro papá. Gracias por hacer todo para dejar de hacerme llorar, gracias por las desautorizaciones a mis papás, gracias por los regalos de Navidad, gracias por el anillo que me diste sin que nadie supiera qué planeabas (ese gesto tuyo me enorgullece y me hace creerme la muerte, porque ¿quién tiene un regalo planeado, escogido y entregado directamente por ti, sin la mediación de la Nani, ah?). Gracias por ver Tom & Jerry conmigo tantas veces. Gracias por comprarnos chocolates cuando ibas a Matucana a buscar repuestos para el taller. Gracias por irme a buscar al colegio cuando me dolía el estómago o cuando inventaba algo para que me dejaran ir. Gracias por jugar conmigo hasta arrastrándote en el suelo cuando yo era casi un bebé. Gracias por habernos dejado vivir contigo. Gracias por contarme tantas veces ese chiste de las pulgas y el perro. Gracias por haberte reído así, como me estoy acordando, porque ahora mismo me haces reír con eso. Te amo, Tata, no alcanzo a enumerar todo lo que hiciste por mi, por nosotros, y todo lo que te tenemos que agradecer.
Mañana te voy a contar todo lo que ha pasado por aquí.
Ojalá te hubiera comprado más revistas, ojalá abrieras los ojos y nos dieras otro abrazo (¡¿por qué no me abrazaste más ayer, si esperabas todo esto, ah?!) pero aunque no puedas hacerlo con ese cuerpo tuyo que yace escenografiado por flores, recuerda que siempre podemos soñar.
Te amo, Tata, no te enojes, pero todavía no te puedo dejar de llorar. Ya va a pasar, va a pasar. Porque eso es lo esencial: que todo va a pasar.
PS: Gracias por la casa de la playa, nos hiciste una mansión. No te preocupes, la vamos a seguir cuidando.